19 Febbraio 2017 – VANGUARDIA

En abril próximo harán 25 años del fallecimiento de Francis Bacon, pintor conocido por sus obras ‘de pesadilla’, los rostros deformes y la agresividad de sus temas. Y aunque su nombre ya no es tan relevante como antes, su presencia permanece y sus pinturas siguen vendiéndose en precios muy altos

A 25 años de su muerte (y 108 de su nacimiento), varias galerías y museos de Europa y los Estados Unidos conmemorarán al artista, exponiendo retrospectivas, ofreciendo nuevas aproximaciones a su obra o incluso presentando piezas nunca antes vistas, situación especial para un artista cerrado y exigente con las obras de su autoría que terminaban en manos del público.

En un momento del arte donde era ley la abstracción y la única otra opción era la figuración clásica, Francis Bacon combinó ambas en un estilo bastante único para la época. Sus piezas y sus temas “caminaron” entre ambos extremos, a veces más cercanos a uno que a otro pero nunca asimilando por completo ninguna de las dos corrientes.

Siempre preocupado por mostrar solo lo que quería mostrar y habiendo empezado a pintar formalmente hasta entrado en los 30 años de edad, su obra “Tres estudios para figuras en la Base de una Crucifixión” de 1944 lo llevó a la fama y es considerada la base de su estilo, aunque previamente ya había trabajado otras dos piezas que se acercaban a este producto.

En ella uno puede ver los elementos que son característicos de su pintura. Empezando por la reinterpretación de clásicos del arte, en especial a Velásquez, siguiendo por el énfasis y la malformación de las bocas de sus sujetos, la usual falta de ojos, la insinuación de volumen en figuras planas y abstractas y la inherente agresión al trazo y la composición, además del trabajo en forma de tríptico que a veces usaba.

Nacido en un seno aristocrático, su padre fue Edward Bacon, militar, descendiente del medio hermano mayor de Sir Francis Bacon, el filósofo y ensayista y de Winnifred Firth, tataranieta de Lady Charlotte Harley, íntima amiga del poeta Lord Byron, Francis Bacon pasó su infancia y parte de su adolescencia entre Irlanda e Inglaterra, constantemente en movimiento debido al trabajo de su padre.

Su incipiente homosexualidad le llevó a recibir el desafecto de su padre. Más de una anécdota relata su travestismo. En una ocasión se presentó a una fiesta en Cavendish Hall vestido como una “flapper”, con tacones, labial, vestido y hasta boquilla para cigarro. En 1926, a los 17 años, su padre lo expulsó de casa, luego de encontrarlo admirándose en el espejo, portando la ropa interior de su madre.

Creció y se desarrolló como un extranjero, ajeno a las normas comunes, y esto lo proyectó en su pintura. Como todo gran artista, capaz de ver el mundo desde el exterior, Bacon expresó en sus obras sus más profundas inquietudes. Su perspectiva de la raza humana en la posguerra era pesimista, eso, en combinación con sus propios demonios dotaron a su producción creativa de una importante carga de violencia.

Acostumbrados a como estamos a la violencia actual, radicada más que nada en la sangre y el “gore” espectaculares, cuya intención es entretener y asombrar, su violencia es visceral, psicológica. Es incómodo y la vez fascinante observar sus cuadros.

Su serie de papas, basadas en el Retrato de Inocencio X de Velásquez (1650), son probablemente sus obras más populares. Cada uno es un estudio diferente, una aproximación experimental nueva a la obra original, y una reinterpretación de los intentos pasados que, en ocasiones, Bacon prefería desecharlos, quemarlos y olvidarlos antes que dejar que el público los viera.

En estas pinturas, a falta de ojos, punto de descanso para la vista y punto de partida intuitivo para la apreciación de los retratos, el peso recae en la boca, gritando, retorcida y deformada, con dientes detalladamente pintados y carcomidos por la enfermedad. La oscuridad reinante en la escena y el velo que cae sobre la figura papal aumentan la incomodidad del espectador.

Durante la década de los 60 George Dyer se convirtió en inspiración y protagonista de muchos de sus retratos. Cuenta el mito que el ladronzuelo se convirtió en su amante luego de que el pintor le hallara irrumpiendo en su taller. En realidad es más probable que se hayan conocido en un bar que ambos solían frecuentar. Pero como todos los artistas, el mito y el romance son la base de su personaje.

En estas piezas su abstracción coqueteó con ciertas influencias cubistas, como se puede ver en su trítptico “Tres estudios para un retrato de George Dyer” de 1963. Su “musa” es mostrada deforme, en colores verdes y rosas, nauseabundos, sobre un fondo negro, pero conserva las características suficientes del modelo para poder identificarlo, como su complexión robusta, la esencia de la forma de su nariz y su peinado

Posterior a la muerte de Dyer por una sobredosis, en 1971, la obra abandonó los fondos oscuros y posicionó a sus sujetos en entornos más iluminados y coloridos, pero igualmente contorsionados y sin dejar de lado la extrañeza de las imágenes. Además de que su difunto continuó apareciendo recurrentemente en sus cuadros, aunque ahora Bacon ya no lo hacía de manera obvia.
Padeció de asma durante toda su vida y estando en Madrid en abril de 1992 fue internado debido a una complicación respiratoria. Falleció el 28 de ese mes, dejando un legado que ha inspirado y se ha convertido en la fuente de otros artistas, incluido entre ellos el inglés Damien Hirst.

Este año, a 25 de su partida, el Círculo de Bellas Artes de Madrid expondrá “La Cuestión del Dibujo”, donde se demostrará que Francis Bacon sí sabía dibujar. Como el personaje que era negó poseer esta habilidad durante toda su vida, pero ahora, una serie de cincuenta dibujos a lápiz y pastel confirmados por estudiosos del área como suyos serán presentados al público.

A ellos se suman el Intituto Barber de Birmingham, que tienen ya mostrando la pieza “Dos Figuras en un Cuarto” de 1959, y “Francis Bacon: Sistema Nervioso” está ahora en la Galería de Arte Ferens en Kingston, Inglaterra.

MAURO MARINES – VANGUARDIA