ABC Cultural – 7 marzo 2017

El Círculo de Madrid expone dibujos de Bacon y se disparan las especulaciones sobre su autoría… Y su factura

«Retrato de Cristiano Lovatelli» (1992), de Francis Bacon

Una larga y judicializada polémica persigue al dibujo de Francis Bacon (Dublín, 1909-Madrid, 1992), desde que tras su fallecimiento se empezara a airear un inmenso corpus de obra sobre papel prácticamente desconocido en vida del pintor. De hecho, existía la creencia de que Bacon no dibujaba, aunque como recordaba en la rueda de prensa el comisario de esta exposición, Fernando Castro Flórez, bastaría con mirar con atención la pintura, o constatar cómo en numerosas fotografías del estudio del artista, con los lienzos esbozados, el dibujo estaba ya configurando la organización de lo que luego vendría a cubrir la tela.

El medio centenar de dibujos a lápiz, pasteles y collages que componen esta muestra se encuentra justo en el centro del huracán, al provenir todos de los 700 que atesora la Francis Bacon Foundation of the Drawings, donados por Cristiano Lovatelli Ravarino. El titular de dicha colección, amigo íntimo y pareja del pintor durante años, parece que los recibió como regalo de manos del propio Bacon, aunque sus herederos, organizados en el State Bacon, han litigado duramente por ellos, y se niegan, junto con el autor del catálogo razonado del artista, a reconocer su autoría.

Al final la sentencia de los tribunales concluye que al menos las firmas son auténticas. Más allá de los conflictos por controlar unas piezas golosas para el mercado, queda la evaluación del interés y la calidad de este conjunto donde, ciertamente, en buena medida parece que Bacon se ha falsificado a sí mismo. Porque, si no son falsos, estos dibujos lo parecen.

Lo que se desvanece

 En ese intento por «introducir lo figurativo directamente en el sistema nervioso con la mayor violencia y penetración», según definición propia, el dibujo ofreció al autor la permanente posibilidad de que la imagen que tenía presente se desvaneciera. Bacon reconocía no saber cómo se hace la forma. Por eso probablemente se concentraba en un repertorio tan reducido al que volvía obsesivamente, recomponiendo una y otra vez un puñado de datos que, en el acto de dibujar o pintar, eran sometidos a continua transformación.

Las «series» de esta exposición son, pues, las de siempre: el Papa Inocencio X, figuras sentadas, cabezas y crucifixiones. ¿Para qué más? En ellas, Bacon se sumerge en lo orgánico al borde de lo humano, inspirado en esto por el Picasso de finales de los años 20, dando lugar a esa carnicería -un tanto exangüe, la verdad- en la que tan a gusto se manejaba el maestro de lo despiadado, como le calificó John Berger.

Reconozco mi incapacidad de reconocer en Bacon al maestro inclasificable del siglo XX que su fortuna crítica insiste en crear. Pintor en mi opinión sobrevaloradísimo, me sorprende su torpeza en la composición y el diseño, su llamativo fracaso para la elección del color, sus ingenuidades deformantes y sus flagrantes incongruencias sintácticas. Su debilidad genérica donde amaga violencia; su inercia donde afecta energía. Artista del que me gusta más lo que dice, y sobre todo lo que dicen de él (de Deleuze a Umbral) que lo que hace, estos dibujos constituyen su momento más débil, la prueba germinal de su estrepitoso fracaso. Como sostuvo Brea con el tema de los falsos Barceló, e igual que podríamos decir sobre los falsos Dalí, los falsos Modigliani, los falsos Óscar Domínguez… El problema es cuando el original parece ya una falsificación.

ABC Cultural – ÓSCAR ALONSO MOLINA

 

 

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